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No soy yo quién para preguntar na. Mi querida y difunta sobrina Sara. Lo siento mucho. Me llamó la atención el parecido, claro. Me parezco mucho, pero no soy su sobrina, Marcelo. Lo sé. No he pretendido nunca que la sustituyera. Pero me lo ocultó. Por pudor, sin ninguna otra intención. Perdóneme también por eso.

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Nada tengo que perdonar. Me ha costado Dios y ayuda, pero el santurrón se quedó con el rosario. Pero vamos a ver Santa Rita Rita, lo que se compra no se quita. Al final, me devolvió el parné, el machacante, moneda tras otra. Pim pam, pim pam. Usté sí que sabe hacerse valer. Ahora que lo pienso, debería de haber aceptado la propuesta que le hizo el dependiente. Digo cuando le dijo de comprar otro objeto.

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No le iba a comprar una estatua de San Cristóbal, patrón de los caminantes, por ejemplo. No, hombre, eso no, que Fabiana se queja de varices y, caminar no debe ser bueno pa eso. Pero otro gallo cantaría si le regalara una medallita de santa Fabiana. Porque andaba usté preocupao con lo del parné. Ande, vaya a comprar la medalla. No quería decir nada delante del muchacho, pero no sé por qué se mete en camisas de once varas.

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Por favor, tienes que entenderle. No entiendo cómo le puedes seguir llamando lince, si te tiene a pan y agua.

Siempre hemos tenido y volveremos a tener. Ayer conocí a su marido. Un hombre muy inteligente. Espero que bien. En fin, me marcho, tengo asuntos que atender. Que pasen un buen día. No parecía hoy tan fiero el león. Si es un tabernero, te lo he dicho un millón de veces.

Pero el padre tiene el riñón bien cubierto. Es un naranjero. Que me resisto a que mi niña se enrede con un cateto. A mí no me parece cateto. Que no. Me niego. Eres muy clasista. No lo digo por clasismo. Los Rubio no somos de conformarnos con lo primero que venga, bien lo sabes. Vamos, Marcelo, que nos conocemos. Como le dije, la dificultad no ha sido la caligrafía, sino en la peculiar expresión de don Rodrigo, en su estilo.

Su maridito le declara su amor eterno. Sí, la gente ve lo que desea ver. Gracias a Dios. Las cartas de don Rodrigo, por si las quiere comparar y hacer alguna sugerencia antes de entregar la carta a su destinataria.

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Agradecido, señor. Puede retirarse. Hay algo que me gustaría comentarle, señor. Por su cara, adivino que es algo serio. Podría serlo. Falta una de las cartas de don Rodrigo. Sí, una ha desaparecido. Mientras lo estaba escribiendo, sufrimos un pequeño accidente doméstico. Nadie me dijo nada. Se interrumpió el fluido eléctrico. La casa quedó a oscuras. Me levanté para arreglar el desaguisado y, cuando volví, alguien se había llevado esa carta. Mi esposa. Es muy probable, señor. Sí que es osada, señor.

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Se acabaron las contemplaciones. Se acabaron. Pondré remedio a este sinsentido. Y de una vez para siempre.

Y que el resto del servicio se vaya también. No quiero a nadie en la casa. Pero no puedo evitar sentirme preocupado por si se excede usted en el castigo. Marcelo, bien sabe que le aprecio mucho, y por eso, no quiero ser la causa de su enemistad con su Dios. No entiendo qué tiene que ver Dios en todo esto. Sé que es usted un fervoroso creyente y apruebo su fe.